Por estos días de
cuarentena, comienzo a entender con impecable claridad a José Arcadio Buendía,
el personaje de cien años de soledad
cuando en los inicios de sus arrebatos de locura, descubrió que todos los días
eran iguales y que no tenía sentido que los nombran distinto, si allí estaba el
corredor de las begonias, el cielo, las paredes, todo igual le dijo a su hijo
Aureliano –Hoy sigue siendo lunes como ayer. “volvió a vigilar la apariencia de
la naturaleza, hasta que no tuvo la menor duda de que seguía siendo lunes”.
Ese descubrimiento,
tal como otros que hizo José Arcadio, por ejemplo, cuando sudoroso y temblando
de pánico le contó, con ademanes premonitorios a su familia que la tierra es redonda
como una naranja, ante lo cual su esposa Úrsula Iguarán lo increpó porque le
estaba metiendo en la cabeza ideas de gitano a los niños. Posteriormente, su amigo
gitano Melquiades, exaltó su inteligencia y habilidad especulativa, aclarando que
había descubierto una teoría ya comprobada y desconocida en Macondo en ese
momento.
En efecto, los
seres humanos solemos categorizar de forma errada la realidad. Los días son
iguales en cada hemisferio de la tierra, realmente lo que cambia a un día de
otro son los actos que hacemos las personas, así: el lunes se considera el día
fuerte de trabajo, hacemos agendas para los siguientes días, de acuerdo a las
necesidades que se presentan, esperando con ansiedad la llegada del viernes, a
tal punto, que inventamos un día intermedio: el juernes antes del viernes; este último es un día que da una
oportunidad de esparcimiento, así como el sábado (rumba, fiesta, guacherna) y
el domingo, considerado un día de descanso total, reencuentro familiar y
preparación para el esperado lunes.
En la medida que nos
compenetramos con una rutina, se pierde la noción del tiempo, a veces no hemos levantado
bien la cabeza cundo ya es el otro día. Es allí cuando empezamos a darnos cuenta que todos los días
son lunes y, a entender que García Márquez sabiamente predijo que las
generaciones estábamos predestinadas a morir bajo cien años de soledad. El
realismo mágico en los tiempos del coronavirus no es una casualidad. Tuvo su
Inicio en Wuhan, China, siguió atacando fuertemente en Italia y otros países
de Europa, hasta cubrir los rincones más apartados del mundo a través de un
contagio con finales impredecibles como la soledad que acompañó por siempre a
los personajes macondianos y ahora mismo a nuestra sociedad, esa misma que se dibuja
como la nueva sociedad del conocimiento, la cual desconoce la forma, el origen,
las modalidades y los efectos que produce un pequeño virus, al parecer previsto
por el sabio Nostradamus, Bill Gates, por muchos videntes y religiones, así
como sus consecuencias, entre las cuales cuenta, que las personas serian
marcadas o identificadas con un código incorporado en su propio cuerpo. Algunas
de estas cosas pueden parecer de película, inverosímiles, muy ciertas o
bíblicas; nada más aterrizado para entender que el mundo da vueltas y que pasa
por ciclos que permiten las transformaciones y cambios multigeneracionales y
sociales del universo, tal como la llegada del mesías, las glaciaciones, los
viajes espaciales, los diluvios y otros tipos de guerras y pandemias
preexistentes.
Con todo esto,
quien pudiera pensar que ese hombre que murió de locura, amarrado en el árbol
de Castaño del patio trasero en la más encantadora casa de Macondo, llegara a
entender tan frágilmente la ambigüedad del tiempo y a determinar que todos los días son lunes, y menos se
pensaría, que esa soledad macondiana atropellara hoy a toda la humanidad.